El hombre de las cicatrices la vio vagar descalza por el asfalto. La metió en el asiento de atrás, y tapó aquel ovillo enfermo con una manta a rayas. Condujo despacio hasta su casa solitaria, era noche cerrada, noche de fantasmas. La bañó en silencio, como a un niño pequeño, le dio de comer migas de pan y la metió en su cama, sin despertarla.
En el jardín quemó su ropa. Ropa de hombre. Harapos.
Al amanecer, el hombre de las cicatrices despertó en el sofá sabiendo que ella no estaba. Como sabía que en el espejo del lavabo, aquel cruel hijo de puta, el carmín rojo de una caligrafía todavía infantil le pedía que no volviera a hacerlo. Por Favor. No Vuelvas A Ayudarme. El mismo ruego que el hombre de las cicatrices le había susurrado a ella al oído antes de acostarse.
sobre los ángeles caídos (re-edición)
Publicado: noviembre 14, 2009 en ella, inocencia, microcuentos, sueñoscomentarios
mala cosa eso de no querer ayuda…
El mundo sería mucho más fácil si no tuvieramos ese maldito orgullo que nos evita pedir ayuda tantas veces…
que alguien nos sepa vulnerables, humanos, puede resultar aterrador a veces, sand…
ella le ayudó a ayudarse…ayudándola a ella….
es brutal, Vittt!!!!!!!!!!!
la primera versión de esta historia me ayudó a mí hace tiempo. cuando las cicatrices eran todavía heridas sangrantes.
gracias, ros.
Melodramático ;-)!!
la vida es una comedia dramática, annie. válgame el oxímoron
Quizás los ángeles caídos no buscan redención… quizás tampoco buscan la compresión, el calor o la compasión…
Quizás…
quizá ya no busquen nada, eari
sólo quizá…
El dibujo de Frank Miller te quedó que ni pintado 🙂 Una extraña pareja unida por un ciclo que siempre, siempre se repite.
la bella y la bestia según vittt 😉
Este era el comentario de este cuento (soy un desastre)
Brutal, sencillamente brutal.
Si alguna vez tus cuentos se pierden y los encuentra alguien del futuro, no sabrá jamás si son leyendas o polaroids.
Si hay algo que me saca de mis casillas es que alguien necesite ayuda y no me la acepte.
el orgullo nos puede, a veces.
Ay el orgullo, lo conozco demasiado bien. A veces no se cómo, lo consigo estrangular y comérmelo; aunque resulta difícil, se va aprendiendo.
Lo que yo creo, es que ese carmín rojo, aún mudo, pedía ayuda a gritos.
PD: lo siento, creo que me repito, pero a gritos eh 😉
yo creo que estrangulé y me comí el mío. a veces se me repite, pero
todos pedimos ayuda a gritos, abi.
pd. 😉